Nunca olvidaré esa tarde en la que mi padre consiguió enseñarme a montar en bicicleta. Llevaba algún tiempo con “ruedines” y era el momento de dar el paso. ¡Levanta la vista! ¡Erguido! Por fin me atreví a mirar hacia adelante y sucedió la magia. Estaba volando.

Fue un verano maravilloso. A bordo de aquella máquina de la felicidad exploré la zona, por  calles y caminos, descubriendo el mundo a mi alrededor.

Desde entonces siempre he tenido una bicicleta cerca. La usé para desplazarme por la ciudad cuando pocos lo hacían y muchos te miraban como si estuvieras loco. Luego descubrí el placer de hacer kilómetros por carretera. Las salidas en grupo, los largos días en solitario. La euforia de la cima el día del primer puerto. El vértigo de la bajada, forzando el material al máximo, un poco más rápido cada vez. 

Tiempo después, el amor por la bicicleta que nació aquella tarde de verano me volvió a llamar. Mi vieja mountain bike necesitaba un buen repaso y como siempre he sido habilidoso con las manos, decidí ajustarla yo mismo. ¡En que momento! La acabé desmontando por completo, la limpié a fondo, la volví a montar y desmontar en varias ocasiones, mejorándola cada vez. Empecé a restaurar todo tipo de bicis. Aquello se convirtió en pasión.

Me picó un “veneno” que ya no tendría vuelta atrás y decidí formarme como constructor de bicicletas. Busqué y leí cuanto pude encontrar. Estaba casi todo disponible en internet. 

Primero interioricé la historia y la mecánica, luego descubrí los principios del diseño y finalmente fui a la Escuela Técnica de la Bicicleta (ETB), donde aprendí las técnicas de construcción de cuadros de bicicleta en acero. Allí entendí que nunca terminaría de aprender, que me había embarcado en un viaje fascinante para el resto de mi vida. 

Siempre me ha interesado la idea de “intemporalidad” que va asociada a las bicicletas de acero. El diseño básico del cuadro de una bici moderna tiene más de un siglo y hoy en día no es raro cruzarse por la carretera con ciclistas circulando a lomos de “joyas” clásicas de hace más de cuarenta años.

Fabricar máquinas intemporales, duraderas, ajenas a modas pasajeras. Ya tenía un buen objetivo. Decidí hacer de ese concepto el eje de todo el proyecto.

Al indagar, descubrí que los antiguos griegos tenían una idea del tiempo algo distinta de la nuestra. Por un lado adoraban a Cronos, el dios del tiempo tangible, el tiempo que se puede medir. Pero también creían en Eón - o Aión - como dios del tiempo inmutable, de la eternidad. Casi sin darme cuenta, había encontrado el nombre de mis bicicletas.

Me gusta también el concepto budista de “impermanencia”, el flujo constante del devenir, representado por la rueda, en el que nada permanece estático. Una rueda que gira en un sendero sin fin. Una bonita inspiración para un ciclista/constructor que se dispone a recorrer un camino inacabable de perfeccionamiento. De ahí vino el logotipo frontal, una estilización del símbolo matemático del infinito.

Más alla de lo conceptual, Aion Cycles es un proyecto personal que echa a andar en la primavera de 2019 y que arrancó apoyado en una estrecha relación con los profesionales de la ETB. No puedo dejar de mencionar especialmente a Pablo Hervás de BBloque Bikes con quien compartí taller y grandes momentos en los inicios.